jueves, 2 de noviembre de 2017

Sobre "Asilo" de Cristian Piné



Habitar el lenguaje implica, más allá de nombrarlo, vivir en él. Mudanza de la piel a la página que termina por resolverse en una ventana de signos, reflejos que aguardan su cicatriz. Es en ese tránsito donde la escritura construye su morada transformándonos en huéspedes, testigos fugaces de un asilo de voces. A partir de esa alquimia, de ese transcurrir de lo inmaterial hacia lo físico, la poesía de Cristian Piné trastoca los hábitats domésticos para reconvertirlos en atmósferas extrasensoriales, reflexivas. Si para Gastón Bachelard el beneficio más precioso de la casa es que alberga el ensueño y protege al soñador, este nuevo poemario, “Asilo”, es una casa de lenguaje donde ese mismo ensueño se magnifica a través del desconcierto y la memoria, del refugio y la intemperie, de la arritmia y sus cajas de música.

Nada más abrir el libro descubrimos una llamarada desconcertante, ya que las dos secciones que lo componen forman una aguda dislexia poética: Aíslo y Asilo. Dos palabras confrontadas que se camuflan entre ellas para formar un solo polo, una sola moneda barajando múltiples destellos.

En “Aíslo” las incontables y diminutas piezas de la conciencia ponen en marcha su engranaje para penetrar en la espesura del tiempo. Los poemas que conforman esta sección oscilan como un péndulo evocándonos la espera y el vacío, esa “impaciencia del plástico y sus flores” que rivaliza con quien se sabe criatura consumida a cada instante. Hay una voluntad continua por deletrear el tiempo, un tiempo que se disfraza de natural, artificial y metafísico. Así nos lo evidencian algunos versos: “tiempo mucho anclado/ al vientre de un lentísimo cangrejo”, “todo mi tiempo es onda/ araña que no cae de su rincón”, “eléctrico segundo mueve/ la viva idea de la llama”, “el tiempo dado cuerda/ movido por los brazos de la sombra”, “los relojes ahogando su pila/ el sol pasando sin pausa”, “oro laminado el tiempo y a la vez/  escoba que recoge nuestra piel”, “tecla a tecla el tiempo pasa/ con su ruido de pataleo de mosca”, “segundos de áspero vapor/ que cuentan los pasos del fantasma”, “de tiempo derretido y bruto/ ritmo se anuncia la tarde”, “animal errante es el minuto que ladra y calla a cada instante"…  En fin, una exquisita obsesión plagada de serenidad, lucidez y de una cascada de imágenes que alumbran en el desahucio la estría de la salvación.

Las escenas domésticas en las que conviven una ventana, una habitación, los muebles, las cortinas, el polvo, parecen estar imantadas por la presencia de una silueta carnal que nos comparte su descomposición, una sintonía crepuscular que fluye y se ahoga en ese presente incuantificable que nos desgrana. Esas escenas vienen pobladas por imágenes de ensueño y autodefinición: “este hueco de sangre en mitad de la avenida/ este coágulo sin nombre/ este pan aéreo que arde solo”, “enfermo de ser suma de síntomas y de hongos /enfermo de ser masa hinchada por la espuma/ enfermo del fermento que cubre las heridas/ enfermo de la sola densidad”.

En la segunda sección, “Asilo”, la conciencia temporal se revuelve para desactivar la sintaxis del mundo y del cuerpo brindándoles nuevas pronunciaciones. La búsqueda y la añoranza de la complementación tejen su urdimbre: “Si pudiera ser otro/ y su ceniza si pudiera ser tan solo/ el insecto que se extiende ante la angustia/ volvería a dar la sombra a lo que somos”.

Asilo se nos plantea como una escala vertical de 3 apartados: Paseos por el jardín, Primera planta, Segunda planta, una suerte de dúplex conceptual por donde vamos elevándonos entre ópticas y ángulos. A veces somos testigos de un asilo de celdas acolchadas donde hay un regocijo por la ausencia del otro: “Que me place la carencia cada hueco/ de tu piel que me presentas como signo”. En otras, la sangre, el veneno, las pisadas, una tos puntual, el peligro que acecha desde dentro, un “arriesgarse dar un paso hacia el vacío”, se trenzan perfilándonos un duelo continuo que en ocasiones desea cubrirse de sueño para “Dejarlo todo Dejar de ser preciso/ exacto como el aullido de las letras”.

Al avanzar, el lenguaje se vuelve sobre sí reconfigurándose. Los sonidos, la música afinada a la imagen dibujan con estupor y delicadeza rastros de una convalecencia fraternal con la sombra y la ensoñación hasta llevarnos finalmente a una interrogante: “¿y después?”

Marc Augé acuñó el término “no lugar” para referirse a los espacios intercambiables donde el ser humano se presenta como anónimo. Ya no digamos un asilo, será que la vida es un no-lugar, será que el cuerpo es un siempre estarse yendo, será que somos la casa de algún huésped incognoscible. Esas y otras inercias son las que el lector encontrará en las páginas de este poemario.

En Asilo Cristian Piné nos ofrece una voz poética marcada por el sigilo, esa adecuación donde el lenguaje estira sus filamentos engarzando las palabras y haciéndolas sonar como cuentas de vidrio. Ese misterioso diapasón con que afina las cuerdas de cada poema hipnotiza de igual forma a las imágenes que de él fluyen. Un candor sereno, una audacia para dar el zarpazo y trastocar las formas próximas de la conciencia y conseguir agrietar el enigma del tiempo único: el del poema. Esta obra es un cuerpo a cuerpo con los muros del ensueño, con la casa de la lógica y sus fronteras, un asilo de voces, un diálogo entre la finitud epistemológica y el eterno fluir de las formas.

*(Este texto fue leído como parte de la presentación de "Asilo" en Madrid en el mes de octubre)

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