Retrato de Ramón Gómez de la Serna (1915) por Diego Rivera
Aspersor de matices, surtidor de semillas planetarias,
manguera de alquimia, hipnotista de colibríes, Ramón Gómez de la Serna es una fuente
de la que brotan el humor y el ingenio en un salto prolífico. El humor es una
expresión pura y natural que carece de pretensiones; si las tiene, se limitan a
endulzar nuestras debilidades o reavivar nuestro equilibrio. Mecanismo de
defensa y defensa de nuestro asombro. Por su parte, el ingenio es el guía del
humor, su trampolín, el cincel que lo esculpe y lo dota de entidad, el que lo
exprime y lo convierte en una nueva realidad iluminada por la gracia y el instinto.
Todo ello engloba, en cierta medida, el quehacer de Gómez de la Serna: miles de
pistilos obrando el milagro poético de la flor.
Ramón Gómez de la Serna nos dejó más de 50, 000 greguerías
publicadas y se jactaba de señalar que sólo era el 4% del total de las que
había escrito; con este dato parece que más que escribirlas las estornudaba,
era la poesía en contaste ebullición. A este punto volveremos más adelante.
A Gómez de la Serna se le atribuye la invención, o mejor
dicho, el cautiverio de la palabra “greguería”. En un artículo del suplemento Babelia (El País) fechado el 12 de abril del 2014, Andrés Trapiello menciona
que la palabra “greguería” ya había aparecido con anterioridad en Galdós y en
Azorín y que figuraba incluso en el diccionario ilustrado de Calleja (1914)
con la definición de “algarabía (vocifería confusa)”. Trapiello nos dice que no
fue sino hasta 1970 que el DRAE añadió una definición más amplia: “Agudeza,
imagen en prosa que presenta una visión personal y sorprendente de algún
aspecto de la realidad y que ha sido lanzada y así denominada caprichosamente
hacia 1912 por el escritor Ramón Gómez de la Serna”.
A este efecto, Trapiello subraya, no sin razón, que
greguerías han existido desde siempre, y cita como ejemplos a Heráclito, Cervantes, Góngora y Lichtenberg.
El mismo Gómez de la Serna en su intento por definir la greguería, citaba como
antecedentes a Horacio, Shakespeare y Quevedo, entre otros. Pero si en su
contenido la greguería resulta casi universal, en su plasticidad y enunciación también
se emparenta con varios géneros, tanto así que José de la Colina incluso afirma
que colinda con todos: el aforismo, el haiku, el poema en prosa, el ensayo, el
cuento, el chiste, el juego de palaras, etc.
A toda la lista de estos posibles antecedentes, yo añadiría
uno más que me parece relevante y revelador, me refiero al increíble y curioso
parecido que las greguerías guardan con unas metáforas habituales y muy
singulares de los pueblos del norte de Europa en la Edad Media: las kenningars.
En su libro Historia
de la eternidad, Borges nos introduce al mágico universo de las kenningars islandesas y nos brinda
diversos ejemplos. Estas expresiones lograron tal peso que casi en sí mismas
formaron un lenguaje dentro del lenguaje, o lo que es lo mismo, lograron
deletrear el mundo cotidiano de forma poética.
Cuando supe por primera vez de estas metáforas nórdicas, casi
de inmediato sentí su gran parentesco con las greguerías de Gómez de la Serna,
sobre todo con aquellas a las que yo llamaría (disculpen mi osadía) greguerías
definitorias, es decir, aquellas que se centran en definir una cosa o aspecto
de la realidad.
A continuación, cito 5 kenningars y 5 greguerías de Gómez de
la Serna para evidenciar su increíble parecido:
Kenningars
Barba: bosque de la quijada.
Sangre: rocío del muerto.
Ballena: cerdo del oleaje.
Cerveza: marea de la copa.
Brazo: pierna del omóplato.
Greguerías de Gómez de la Serna
Soda: agua con hipo.
Búho: gato emplumado.
Paloma con alas ardiendo: guerra.
Recuerdo: arañita que baja del techo.
Cancán: nube de enaguas y reclamo de medias.
Vemos pues que prácticamente podrían mimetizarse entre sí
porque parecen haber sido escritas por la misma persona, pero en realidad el
parecido esconde algo más fascinante: a pesar de la lejanía y del tiempo que
las separan, parecen haber sido escritas por la misma inspiración. Me pregunto
si Gómez de la Serna conocía estas metáforas nórdicas y, de ser así, el por qué
no las mencionó dentro de su corpus de antecedentes. Todo apunta a que es muy
probable que las conociera, ya que era amigo de Borges y ambos coincidieron en
Buenos Aires en los años de exilio de nuestro poeta. La primera edición de Historia de la eternidad data de 1936,
con lo cual no es muy arriesgado pensar que Ramón bien pudo haber tenido
acceso al libro y de paso a las kenningars.
A pesar de las dudas, lo asombroso sigue siendo este puente entre la cultura
vikinga-islandesa y nuestro Ramón.
La magia y la compulsión inaudita que rodean a las
greguerías de Gómez de la Serna colindan con el acto de estornudar. El proceso
se inicia con una imperiosa necesidad de abrir la boca, a la que le siguen: un
cerrar los ojos, un imaginar, un buscar, un
llegar al límite, un contraer la
imaginación, un dar con el hallazgo, un cerrar la boca, un ¡achú!, un
transformar la onomatopeya en conjuro poético, un expulsar los gérmenes del
sueño y, finalmente, terminar por
esparcirlos en la intemperie con la intención de contagiar al lector de ese
pequeño abismo iluminado.
Gómez de la Serna: un vikingo estornudando magia y haciéndole
cosquillas a la realidad.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario