martes, 11 de noviembre de 2014

Sobre el poema y su anatomía



* Cada poema, antes de entrar en nosotros con su significado, entra con su forma, con su proyección tatuada. La distribución tipográfica y la disposición de los versos en el espacio de la página forman una mancha de líneas palpitantes que se adhieren a la mirada como una cadencia de sombras. Antes de iniciar su lectura, el poema ya nos predice su ritmo, su aliento y su extensión. Es un dibujo que habla en dos registros: con su espectro y con su voz.  Por eso, los poemas son en cierta medida pinturas que se convierten en música. El poema se despereza de su letargo y comienza su andanza, hace de lo inmóvil una caminata y de la imagen un tiempo que camina. El poema trae consigo una doble cara: la que nos ofrece con su apariencia y la que nos revela con su esencia. Leer con el oído y escuchar con la mirada. El poema hace de sí una transfiguración de los sentidos. Y es ahí donde empieza el misterio que, paradójicamente, nunca se nos devela.

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